top of page
  • Foto del escritorernestojnavarro

Puerto Nuevo, un relato fantástico en época de guerra




Entrevista a Ernesto J. Navarro por Hilda Cepeda

Publicado originalmente en: https://bit.ly/3FTbRbJ


De un pueblo petrolero de la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, en Venezuela, surge la primera novela de Ernesto J. Navarro, periodista y poeta.


Pero no sólo el argumento de su historia salió de esa pequeña ciudad, que arde de calor por las altas temperaturas que la caracterizan, sino también su autor. Ernesto tomó los argumentos o excusas perfectas para mezclar las historias familiares en una crónica. El Taller Blanco Ediciones, una editorial colombiana, le tomó la palabra y arrancó con la iniciativa para publicar Puerto Nuevo.


Con la agudeza de quién se forjó en una redacción, Ernesto nos ofrece un relato, cargado de descripciones y detalles, que no pueden más que sentarnos al lado de María, su abuela, y de Doña Carmen, su madre.


¿Ernesto eres un escritor- periodista o un periodista- escritor?

Es algo indivisible, creo. Yo estudié periodismo porque soñaba con escribir y que me publicasen, y me pareció que un periódico impreso, un diario, era la mejor opción. Por esa razón, aunque he trabajado en todo el espectro de la comunicación, me formé en esencia como un reportero de medios impresos, con periodistas de oficio que nunca fueron a una universidad, algunos parecían sacados de un libro. Me atrapó el periodismo escrito y es un romance que ha durado toda mi vida.


El periodismo me dio el músculo para escribir, herramientas para investigar y el desarrollo del arte de excavar en las conversaciones y en las respuestas, para extraer una frase (al menos una) que le diga algo a los demás, que estremezca.


Cuando estudié en la universidad (Cecilio Acosta-Maracaibo) ya escribía de una forma que chocaba con la formula clásica del periodismo: las 5WH. Eso me causó problemas con profesores ortodoxos que me ordenaban “seguir la pauta”. Alguno llegó a señalarme aquello de que “el periodismo ya está inventado. Usted no va a inventar el agua tibia. Yo le recomiendo escribir como escribe todo el mundo”. Afortunadamente, no los escuché, y llegó a mi vida la complicidad de otros profesores que me permitían, que me alentaban a seguir escribiendo como más cómodo me sentía.


Ahora, fue la crónica periodística la que me cerró el círculo, la que me dio la posibilidad de contar historias en un diario, sin renunciar a la literatura. Desde entonces cuento, narro, escribo con la ilusión y la intensión puesta en generarle una emoción a quien lee.


¿Cómo es tu proceso de escritura?

No tengo un proceso, tengo mañas, rituales que me ponen cómodo. Mis textos tienen una especie de denominación de origen, una marca de nacimiento. Comienzo anotando ideas en una libreta. Lo más detalladas que pueda. Anoto cosas que, en ese momento, creo que tienen potencial para desarrollarse. Anoto con la intensión de recordar luego hacia dónde quería llevar esas ideas o la sensación que me produjeron.


Pero sucede que cuando las vacío en el texto, generalmente, se convierten en otra cosa. Las historias tienen vida propia y yo he aprendido a caminar con ellas hasta donde ellas han querido llevarme. No me importa si ese camino (como ocurre muy de vez en cuando) sea tortuoso o triste o crudo, al final me quedo con la sensación de que lo recorrería nuevamente y de la misma forma.


Siempre leo muchas veces los textos, ajusto las palabras, busco las que mejor encajen al ánimo o al espíritu de cada línea, elimino las que se escribieron infelizmente. Por último, pongo el texto ante los ojos de Indira Carpio, mi compañera de vida.





¿De dónde surgió la idea de Puerto Nuevo?

La piedra angular de la novela es una historia familiar. Provengo de una familia de orígenes campesinos, que también cultivó el arte de contar. Mi abuela materna, María, fue la primera en narrarme historias fantásticas, de seres impensables, de duendes, de “aparecidos” que poblaban las noches de su infancia en las montañas del estado Lara. Mi madre, Carmen, se sentaba junto a ella y le apuntaba detalles, fechas, horas. Tiene una memoria muy precisa. Además, mamá nos leía cada noche antes de dormir. Fue ella quien me acercó a los libros y a la fascinación por la lectura. De ambas mujeres heredé el gusto por contar historias.


¿Por qué la Guerra Federal, qué ubicó a tus personajes en esta etapa de la historia venezolana?

Es un tránsito hacia un cambio profundo en la vida de los personajes. La novela cuenta la historia de un hombre y su linaje. Es, entre otras cosas, una historia sobre la patrilinealidad. La Guerra Federal o la guerra larga, como también se le llamó, fue una guerra civil que enfrentó a liberales y conservadores. Los liberales pedían la autonomía de las provincias y los otros, defendían el régimen heredado del período colonial. Esta guerra inició en Coro, la ciudad capital del estado Falcón que es, a su vez, la tierra donde se funda la familia del protagonista de la historia.


Es un evento significativo para la novela porque determina la visión que los personajes tendrán sobre su tierra y su país. Una visión que los condiciona ante futuros eventos históricos.


¿Cuándo escribes una crónica, la procesas tal como la escribes o hay imágenes dispersas que van teniendo un orden? Cuéntanos como ordenas esa sumatoria de ideas.

Antes de empezar a escribir, suelo tomarme un tiempo para pensar el final de la historia. Me gusta ver el final, que siempre imagino en palabras no en imágenes. Luego avanzo en muchas direcciones o en varias líneas temporales para alcanzar a ese punto final que imaginé, que me gustó o que creo que puede funcionar. Pero este es un plan que suele romperse muy fácilmente y que no siempre sirve a la historia. No acostumbro a torcerlas a voluntad. Algunas vienen preñadas de su propio final, de su equilibrio interno y por mucho que me empeñe, ellas, como los ríos, buscan el cauce natural.


Encuentro satisfacción en dejarme seducir o impactar por el torrente sanguíneo de un relato. En ocasiones me descubro llorando o explotando en carcajadas. Si un texto no me conmueve, lo dejo reposar para que respire. Creo que es más bien una actitud ante el hecho artístico en general. Me permito dejarme impactar por una película, una pintura, una obra de teatro, un libro. Prefiero sentirlo antes que analizarlo.

Por más que haga un plan, existen historias como esta novela con uno propio… y eso también está bien.


Puerto Nuevo plantea un punto de quiebre en nuestra historia, como fue el dejar el campo y abrazar el “sueño del oro negro” ¿Qué sueño abrazamos hoy?

Desde que brotó del subsuelo, mucho antes de la colonización española, el petróleo atraviesa la historia de Venezuela, para bien y para mal. Es de forma simultánea bendición y maldición. Despertó la codicia y vació los campos agrícolas. El petróleo causó hasta la modificación de los patrones alimentarios del país. Y aunque podrían enumerarse muchos beneficios que trajo su explotación comercial, también es cierto que la dependencia enfermiza al comercio del petróleo nos mantiene subidos a una montaña rusa en la que las escaladas son lentas y las caídas estrepitosamente profundas. El petróleo sube de precio tanto como baja y esos picos nos hacen vivir al borde del espanto.


En la actualidad, mientras atravesamos una crisis económica y social bastante prolongada, y aunque seguimos cayendo sin parecer llegar al fondo, da la impresión de que esperamos a que sea el mismo petróleo el que nos saque a flote. A mí me suena a la esperanza del creyente.


Yo me rodeo de gente a la que esta crisis ha vuelto bastante resiliente, por así decirlo. Gente que regresó a su fibra más sensible, personas que se abrazaron -nos abrazamos- al arte como una manera de sacar la luz interior mientras nadamos en el fango. Yo prefiero creer que la mayor parte de las personas de este mundo, somos capaces de no dejarnos atropellar por una situación que parece un cataclismo. Que podemos aportar a una vida que no fulmine al planeta, que nos autodestruya.


¿Qué nos deja Puerto Nuevo?

Espero que, tras comulgar con la novela, el texto deje cosas muy diferentes para cada uno. Se trata sí, de una historia local que es, al mismo tiempo, la de muchas y muchos en este país multicolor. Las hijas y los hijos del petróleo somos varias generaciones.


El libro abarca de una cuestión familiar. Yo saco de esa subcultura petrolera, exploro en mi propia vida para ponerla en las manos y los ojos de otres. En sus páginas se cuenta a un hombre que podría ser cualquiera en este país o en este continente. Este es un puerto en el que puede anclarse para nunca más volver y de una vez por todas, quemar las naves.


¿Cómo alimentas tu imaginación? ¿Todo es escribible?

Jugando y hablando con mis hijas, leyendo, viendo películas, imaginando mundos con mi compañera. Pero también, recordando las historias que me contaron mis abuelos, mi madre, mis tíos y contándolas yo a la siguiente generación familiar. Así aportamos a la memoria colectiva, porque nuestra vida es también parte de la de otras vidas que nos ayudan a transitar.


¿Que si todo es escribible? Yo digo que sí. Para muestra están las redes sociales. Allí uno puede ahogarse en un mar de palabras o perder el sentido escarbando entre la basura, intentando encontrar algo que nos guste. El asunto no está en solo escribir sobre cualquier cosa. Lo difícil, como señaló Truman Capote, está en convertir un montón de letras, aquello que una persona escribe, en un texto capaz de mover y de conmover.


3 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page