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Ernesto J. Navarro: Prefiere escribir de la gente que andar detrás del precio del dólar



Por Marlon Zambrano@marlonzambrano

Fotografía Indira Carpio Olivo@_indiracarpio

Publicada originalmente en: https://bit.ly/30Lt0Vs


Puerto Nuevo, la novela del periodista zuliano-asimilado caraqueño Ernesto J. Navarro “narra la épica de un hombre al que el azar transforma de príncipe a mendigo” como lo explica un boletín informativo. Es decir, es la historia de casi todes. Ya por ahí engancha.


Lo otro –imposible dejar de pensarlo- es que es la hija editorial de un poeta y escritor sitiado por cuatro niñas y una esposa en un hogar donde él resulta aplastante minoría. Eso ha de definir su pulso narrativo, su manera de ver el mundo y su entrega, más allá de lo que argumente el mismo Ernesto para enumerar los vericuetos del relato que nos regala en este libro editado primeramente en Colombia gracias al sello El Taller Blanco Ediciones, y que se estará presentando en noviembre durante la próxima edición de la Feria Internacional del Libro de Venezuela (Filven), bajo la edición de la Fundación Editorial El perro y la rana.


“Es la primera novela escrita por un lagunillense, que aborda el universo petrolero” explica el cronista del municipio Lagunillas del Zulia, Francisco Chávez. Es importante recordar que la obra sigue una tradición de escritores del petróleo integrada por figuras como Miguel Otero Silva, Ramón Díaz Sánchez, Arturo Uslar Pietri, Gabriel Bracho Montiel, entre otros autores venezolanos.


Indira Carpio, su esposa y también periodista y poeta, dice en la contratapa del libro que se trata de una historia en la que “se funda un pueblo que crece hacia abajo, un pueblo al que chupa un lago, un pueblo-puerto sin barcos, de mujeres de fuego”. Autor de los poemarios Talego de Jirones (2008) y Detrás de la Mira (El perro y la rana 2016), además de figurar como uno de los poetas participantes de la antología Entrepueblos (Editorial Universidad de La Plata UNLP 2018), Navarro pulsa la literatura, el periodismo y la militancia en cofradía con las suyas: Camila de 15, Mariana de 14, Apolonia de 8 y Manuela de 6, quienes además de semilla, han de ser y son parte de su cosmogonía inagotable.

—¿Por qué publicar una novela en estos tiempos tan azarosos?

—Yo no sé si hay un tiempo preciso para escribir una novela. Creo, sí, que esta crisis hace que nos inventemos formas de conjurarla, de tratar que toda la porquería que nos vomita la cotidianidad no se nos encharque dentro. Si estos tiempos no fuesen azarosos, yo estaría tomando güisqui, no haría otra cosa, pero la masa no está pa’ bollos, pero sí para escribir novelas.

—Te editan en Colombia y Venezuela: ¿esas son las relaciones transfronterizas que necesitamos?

—Son las relaciones que tenemos, las que existen desde siempre, aunque algunos se empeñen en verlo de otra manera. Son relaciones que podríamos llamar “naturales”. Vivimos de aquí pa’ allá y viceversa. En los ochenta los colombianos se venían en masa para Venezuela, hasta David Sánchez Juliao lo refleja en “El Pachanga”. Ahora nos tocó a nosotros, una generación que no estaba acostumbrada, migrar por necesidad. Creo que los líos y las dificultades nos las imponen los políticos. Líos entre ellos que la gente común nos tenemos que calar.

—Puerto Nuevo: ¿un homenaje, pura ficción, una memoria?

—Es una ficción histórica, que parte de una historia familiar, pero que puede ser la historia de muchos que abandonaron los campos agrícolas contagiados por la fiebre del petróleo. Muchos que huyeron de la labranza de la tierra, creyendo que así dejarían de ser mano de obra esclava. La mayoría nunca supo que el trabajo petrolero era una nueva forma de esclavitud, solo que más tecnificada.

—¿Es definitivamente una historia maracucha?

—Como vos queráis (jejeje)… Mirá, es una historia zuliana, porque yo soy zuliano, no maracucho, aunque podría ser andina o falconiana. Yo crecí en la última calle de Puerto Nuevo, mis vecinos eran de los andes, de Falcón, del Táchira y hasta de Nueva Esparta. Todos tenían historias similares, así puede ser de cualquier parte.

—Periodista, cronista, hombre de radio, poeta, novelista, esposo de Indira Carpio. ¿Es que lo quieres todo en la vida?

—Indira es mi porción del paraíso por adelantado, todo lo demás son personajes que me he ido inventando para llevar comida pa’ la casa. Escribo porque prefiero correr detrás de historias de gente que hace cosas reales o fantásticas, que correr detrás del precio del dólar. Una carrera que de antemano ya vamos a perdiendo.

Escribe lo que ve, declara, pero casi siempre lo que le cuentan. “Nací en una ciudad que está bajo el agua, donde se aprende a montar caballos de hierro y el valor se demuestra jugando béisbol o fútbol en calles de asfalto, descalzo, a mediodía. En mi pequeño pueblo solo había dos distracciones: ser Boy Scout, o fumar marihuana. Yo primero fui Boy Scout…”.

—Estás rodeado de mujeres que de seguro heredarán la pasión de sus padres. ¿Alguna quiere ser escritora?

—Leen, ya que habitamos un espacio rodeado de libros. En casa leemos, nos leemos. De principio han desarrollado la habilidad para contar, para contarse. Solo deseo, y aquí se me sale el “papá” poder ser compañía en el camino que se procuren. Sea lo que sea.

—¿Cuánto de periodismo y de poesía hay en tu novela?

—Cuando me dio por escribir a los 16 años, empecé haciendo lo que en ese momento creía que era la poesía. Después, me formé esencialmente como periodista de medios impresos en una sala de redacción. Trabajé con tipos que nunca fueron a una universidad, pero que leían hasta comiquitas del periódico. De ellos aprendí, así que esas mañas impregnan todo lo que escribo.

—¿Qué pretendes expresar en ese texto?

—Un réquiem, una oración adelantada. Lagunillas sufre de una extraña enfermedad terminal llamada “subsidencia”. Así que va a desaparecer. Es un tema durísimo que, la mayoría de la gente que aún vive allí, no habla en voz alta. Yo quise dejar algunos recuerdos por escrito antes de que todo se vuelva escombros.

—¿Qué lees?

—Hace algunos años leía de todo. No es charla. Lo que se me cruzara por delante. Ahora levanté barricada en la narrativa. Me gusta leer historias de gente real, esas que sin proponérselo se vuelven extraterrenales. Papillon es uno de mis imprescindibles. Afortunadamente, en medio de esta crisis, uno se consigue cada vez más publicaciones que recuperan lo mejor del periodismo que hace años dejamos de hacer, y que nos alimentan los ojos y el corazón.

—¿Qué sueñas?

—Con descubrir, ¿a qué hora mataron a Lola? o ¿quién fue el que mató a Consuelo?… Es joda. Simple. Con viajar por el país sin preocuparme por la gasolina.


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