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"Todas somos putas"


Por: Ernesto J. Navarro

Después de varios largos besos, llegó la pregunta.

—¿Nos vamos?

—¡Sí! –respondió ella.

En ese juego de obviedades el hombre (supuestamente) propone y la mujer dispone; pero resulta más un acto de fe. Uno que ayuda a pasar el trago grueso. Creerlo hace la vida más fácil para todos, a veces.

Lo cierto es que ninguno de los dos tenía carro, tampoco sabían del otro más de lo que unas 15 cervezas y 10 canciones de Héctor Lavoe les permitieron indagar. Las luces bajas del segundo piso ya habían hecho su tarea, y para cuando decidieron irse del bar Gibus, ambos asumieron que habían “coronado” aquella noche.

Se tomaron de la mano y sin que a nadie le importara salieron del Callejón de la puñalada, atravesaron el bulevar de Sabana Grande buscando todas las penumbras donde pudieran seguir besándose. Veinte minutos más tarde, entraron a la bocacalle de ese pasadizo donde el amor tiene precios, laberintos, puertas y escondites: La Calle de los Hoteles de la Plaza Venezuela.

Todos los 14 de febrero es “temporada alta” en la calle de los hoteles, y este no era diferente. La pareja se fijó en uno que tiene como aviso una máscara de diablo. Les hizo gracia. Se metieron ahí.

Se acercaron a una especie de taquilla bancaria donde la muchacha que atendía detrás del cristal, apenas si levantó la vista del celular.

—¿Tienes habitaciones disponibles? –habló él.

—Son 1.500 bolos. –respondió la chica absorta en su aparato.

Caballerosidad obliga, dicen por ahí. Él sacó unos billetes arrugados del bolsillo del blue jean, los pasó por una rendija y preguntó:

—¿Cuál habitación?

—Yo te aviso cuando te desocupe una, mi amoooor. Hoy estamos full. Allá pueden sentarse. -y les apuntó a una sala de espera, donde otras 3 parejas esperaban su turno al bate.



Se sentaron, él con resignación. Se le ocurrió pedir seis latas cervezas para matar el tiempo, y se tomó dos de un solo trago. Al terminar la segunda tuvo que respirar profundo para controlar un eructo. Puso la lata en una mesita cercana. La miró en el reflejo del espejo que tenían como pared y mientras destapaba la tercera decidió preguntar:

—Bueno yo soy Carlos Eduardo ¿Cómo es que te llamas?

—María Eugenia -dijo ella, a secas.

—No había entendido eso.

—¡¡¡Sí, claro!!!! La verdad es que no recuerdas.

—No chama, en serio. Tu amiga dijo otra cosa.

—Ah, no… seguro fue Mariú lo que oíste…

—Ajá, eso…

—Coño, pero no hay que ser adivino ¿Tú eres así de lento para todo?

Carlos ya estaba a punto de responder por su macho aletargado cuando la chica de la taquilla les grito:

—¡Chamo! Tú, el que vino con la gordita, del pelo rojo ¡Suban!

Entendieron que era con ellos, se acercaron nuevamente al cristal y les dieron la llave de la habitación, atada a un pedazo de madera (del tamaño de un borrador de pizarrón), que hacía de llavero, y al que le habían escrito con marcador negro el número 10.

—Primer piso. Suban por la escalera. El ascensor no silve.

Mariú recuerda que se detuvieron tres veces en la escalera para besarse, que abrieron la habitación con dificultad ya que no dejaban de tocarse como pulpos y cuando por fin entraron, se quitaron la ropa uno al otro como para recuperar el tiempo perdido en la sala de espera.

En breves minutos, comenzó el chaca-chaca la buchaca.

**********

—¡Epa, muchachas,! les traje su regalo del niño Jesús.

Mariú estaba a las puertas del hotel en el que había estado hace más de un año.

De aquella recepción, en la que debió esperar para usar la habitación 10, saltaron 5 de las chicas que trabajan allí como prostitutas: la “Teyde”, Tatiana, Katiuska, Waleska y la “Darío”.

Mariú les entregó una caja que contenía dos botellas de Ponche Crema, 12 hallacas y medio pan de jamón.

—Aquí les traje, pa´ que brindemos.

—¡Ay Gorda! Que linda. Este regalo nos alegra el día ‘mija’, porque aquí los 25 de diciembre son más solos que la una. –le dijo la “Teyde”.


En caravana se fueron a una habitación que les sirve de camerino.

—A ese loco no lo viste más ¿Verdad, gorda? –preguntó la Teyde a Mariú, antes de abrir la primera hallaca.

—No chama, ni que estuviera frita. Pero yo no quiero hablar de eso, vine pa’ que vean que no las he olvidado… yo siempre estaré agradecida con ustedes –confesó.

Sacaron unos vasitos plásticos, los llenaron de Ponche Crema y se dispusieron a hacer un brindis. Tatiana fue la primera:

—¡Por ellos, aunque mal paguen!

—No, no, no, así no. –interrumpió Waleska- Por ellos, aunque haya que pagarles –y se cagó de la risa.

La Teyde, que es la mandamás de ese grupo dijo cambiando el tono a modo complicidad:

—No hay nada que agradecer, gorda. ¡Date cuenta!… Somos las mismas. Todas somos putas.

**********

A Mariú no le gustó como Carlos le quitó la ropa, pero pensó que las cervezas habían sido muchas y decidió no prestarle atención. Se besaban lo que la respiración acelerada les permitía. Se apretaban, como si fuesen a traspasarse las carnes. Él la empujó hacia la cama y ella –como cayó sobre un buen colchón- pensó que era parte del juego. Nuevamente ignoró aquello.

**********

Creció con su hermano, apenas un año mayor. Con él, Mariú aprendió a bailar el trompo, a disputarse las metras como si se tratara de la vida misma, y a batear las pelotas de béisbol, aunque se la lanzaran pegada a los codos. Pero en casa también tenía que barrer, ayudar a su mamá en la cocina y atender siempre al grito de: ¡María Eugenia, cierre las piernas!

A su hermano, por el contrario, le repetían todo el tiempo que la cocina es pa’ las mujeres, los hombres no lloran, ¿Para quién es éste pipicito? ¡Para las mujeres! Y el infaltable: Dale su coñazo, no llores como una niña…

Ser un hombrecito era suficiente para justificar los golpes que su hermano siempre le propinó, jugandito. Por eso ignoraba los coñazos pasados y también ignoraría los futuros.

**********

Carlos Eduardo se lanzó sobre ella y la tomó con una sola mano por las mejillas, le apretó la boca y la haló hacia él. A ella -sin darse cuenta aún- le sangró el labio inferior. Se le rompió con sus propios dientes atrapados en la mano del galán. Él, no la besó, le pasó la lengua como lo hacen los perros con sus dueños y la empujó a la cama una vez más.

**********

Todas las veces que algo le salía mal en la universidad, tenía la costumbre de escaparse del mundo. Cerraba los ojos y, no sabe por qué razón repasaba La Naranja Mecánica de Kubrick. Siempre en la misma escena. Veía a Alex, con la extraña máscara narizona, que le parece ridícula para un disfraz-, violando a la esposa del escritor mientras cantaba de manera desafinada. Esa escena le daba morbo y le daba miedo, pero no atinaba a saber porqué la usaba como escape.

**********

Queriendo tomar el control, le pidió a Carlos que se acostara:

—Con calmita -susurró.

Ahora ella proponía el ritmo. Mariú respiró profundo. Había bajado la velocidad, pero aún quería tener una buena noche con ese tipo, a quien le escuchó recitar un largo poema, hace más de 20 cervezas atrás. Las birras entonan, y también causan errores de cálculo.

No movió sus caderas más de tres veces cuando Carlos la agarró fuertemente de la cintura.

**********

—¿Qué vaina es esta?

—¡Una carta, papá!

—¿Y quién es éste guevón?

—Papá, es mi novi…

Y justo en ese instante, una cachetada le cruzó el rostro. Ella hizo silencio delante de su padre.

**********

La lanzó al suelo. Ella aterrizó de cabeza, pero un reflejo la hizo pararse de inmediato. Los ojos del amante estaban incendiados, no de lujuria sino de rabia. Mariú miró a la puerta, se puso en guardia y antes de que la tocara de nuevo, le clavó una patada en las bolas con lo que liquidó al agresor.

Tomó la ropa como pudo o lo que pudo, y desnuda, salió corriendo de la habitación, escaleras abajo.

En los últimos escalones se cruzó con una mujer de minifalda y peluca.

—¿Qué te pasó, muchacha?

–El tipo… (jadeaba) Me quiso joder… Con el que vine….

—¿Es tu novio? –preguntó la mujer de la peluca.

Ella negó con la cabeza, mientras se trataba de vestir. Otras chicas se acercaron y a una señal de la Teyde, la llevaron al camerino para que se terminara de poner la ropa. Casi al mismo tiempo la Darío se dirigió hasta el pasillo del piso 1 en búsqueda del agresor. Encontró a Carlos Eduardo saliendo de la habitación, aún sobándose la entrepierna.

—¿Tu te la das de arrecho con las mujeres? ¡Toma mamaguevo, pa’ que seas serio! –le gritó, justo antes le soltarle una lluvia de coñazos, que Carlos intentaba contener en medio de la borrachera.

Abajo, en el camerino, la “Teyde”, Tatiana, Katiuska y Waleska alertaron al vigilante del hotel, y este llamó a una patrulla de la Policía que estaba cerca.

—Gorda, si te preguntan, tú eres una de nosotras. -previno Waleska.

—Mejor no digas nada, esos policías son panas y se van a llevar a ese coño e’ su madre -agregó Katiuska.

Los policías metieron a Carlos en una patrulla mientras advertían a las chicas del motel:

—Tranquilas. A éste se le quita la borrachera antes de llegar a la comisaría.

Así, 5 prostitutas y una Trans le salvaron la vida a Mariú aquella noche. Ella, lloraba sin consuelo. Solo alcanzó a decir:

—Yo no soy puta, se los juro… Yo no soy…

—Tranquila, gorda, tranquila. –la consolaba la Teyde.

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